El peor agresor se cree víctima.
Perpetuarse como víctima es típicamente un mecanismo inconsciente y por lo mismo tiene tanta fuerza, porque la gente no se da cuenta y no reconoce que se ha anidado en su posición de víctima.
En cualquier proceso de victimización existen tres figuras: a) la víctima, b) el agresor y c) el rescatador. La víctima, puede estar a merced de un agresor sádico que sistemáticamente la hostiga y la humilla. Este agresor puede ser el cacique del pueblo, el bully de la colonia, el empresario que paga salarios de hambre, la familia que no le ayuda lo suficiente o le quita, o todo un sistema político-económico que la oprime. Eventualmente siempre aparece el rescatador, que salva, cuando menos temporalmente, a la víctima de la agresión.
Pero lo intrigante de esta dinámica es que rara vez la víctima termina por salvarse porque se aferra a su condición de dependencia, impotencia e irresponsabilidad y tarde o temprano regresa a ella. Además, los roles se intercambian y de repente la víctima se pasa a la posición de persecutor y acusa al rescatador de algo o victimiza a aquella que la subsidia. El peor de todos los agresores se cree víctima, justifica todas sus acciones.
¿Quién sale ganando en éste drama?
Nadie.
Nadie gana porque se cae en el juego de la culpa, del pobrecito de mí, del ataque y el rescate. Nadie gana porque esta dinámica inhibe al crecimiento personal y bloquea el desarrollo de recursos propios para lidiar con la realidad. Mejor pedir ayuda, pero nunca rescate.