Es más fácil obedecer que pensar.

¿Qué tienen en común Hitler, Trump, Maduro? ¿Han sido buenos creadores y contadores de historias? ¿Han logrado idear mecanismos de control y manipulación? ¿Cuál ha sido su secreto para conseguir seguidores?

Probablemente la clave no está en sus habilidades personales, sino en las debilidades de los seguidores. Es más fácil obedecer que pensar, someterse que emanciparse, copiar que crear.

Es que nacemos despistados y dependientes. Crecemos copiando modelos, como obedeciendo un mandato de psicología evolucionaria para mimetizarnos con el grupo de referencia, buscando pertenecer. Y luego, tras solucionar nuestras necesidades básicas, nos enfocamos a encontrar nuestro propósito, sentido de vida, o incluso nuestro destino.

Esta búsqueda no es nada fácil. Para muchos es, de hecho, una búsqueda infinita, eterna.

Para poder compensar y lidiar con esto, creamos dioses y nos sometemos a dogmas. Los agnósticos, los deístas y ateos, a veces parecen envidiar la sensación de paz y rumbo que tienen los creyentes.

La raya entre ser creyente o miembro de un grupo, y ser un fanático es tan endeble. El fanático no piensa; se funde en un movimiento y queda diluido para dejar de cargar con él mismo.

En la sociedad siempre está el campo fértil para alguien que quiera vender convicciones, rituales y mandatos.

Anterior
Anterior

Uno propone, el mercado dispone.

Siguiente
Siguiente

Más vale tener un buen negocio mal manejado, que un mal negocio bien manejado.