Nacemos originales, morimos copias.
Crecemos dentro de varios sistemas que nos preceden y que por lo tanto nos influyen; seguimos un conjunto de normas, valores, ideas y orientaciones, bajo la premisa de que entonces seremos "normales".
La tragedia implícita es que lo "normal" demanda moderación y esto va en contra de lo extraordinario. Lo excepcional, por naturaleza, obliga a la originalidad y a ser excesivo. Solamente el exceso tiene la fuerza creativa y la vitalidad suficiente para alterar el curso de la inercia.
Los sistemas están cargados de energía psíquica y se van infiltrando en nuestra voluntad al grado de que la diseñan y moldean. Existen por lo menos cinco sistemas: nuestra herencia ética, judeo-cristiana; nuestra formación cultural, greco-romana; nuestro sistema histórico; el sistema capitalista y el sistema de familia, con sus propios códigos y pre-disposiciones.
¿Será que el aniquilar nuestra creatividad personal nos está hundiendo, a niveles récord, en el uso de benzodiacepinas y en el consumo de drogas y alcohol?
Ser original tiene su costo: a Giordano Bruno lo quemaron, encarcelaron a Mandela y mataron a Luther King. Menos dramático, pongo el ejemplo de escritores: a J.K. Rowlings, le fue rechazada su obra de Harry Potter por nueve editoriales diferentes; a George Orwell, con su obra maestra Animal Farm, le dijeron "que era imposible vender historias de animales", y John Grisham, el vendedor de thrillers legales más vendido en la historia, tuvo que tragarse el orgullo y seguir tras 26 rechazos editoriales.
Hay que persistir; aunque no haya éxito convencional, pero por lo menos se logre el rescate de uno mismo. Esto conlleva el dolor de la confrontación personal y la introspección, teniendo en cuenta que el conflicto es un requisito para obtener consciencia personal.
El privilegio de una vida es ser uno mismo. Estamos obligados a hacer auto-examen y una auto-crítica: ¿qué tanto de lo que soy es realmente mío?