
Nos leemos por aquí cada semana.
Por Horacio Marchand
La búsqueda de placer migra de una cosa a otra, de una búsqueda a otra, de una obtención a otra.
Desde milenios confundimos el placer con la felicidad y esto puede ser desorientador.
Desde milenios confundimos el placer con la felicidad y esto puede ser desorientador.
Para muchos la idea predominante de felicidad son unas vacaciones de dos semanas en la playa: nada como estar tirado en el camastro percibiendo el olor a mar, untado de aceite bronceador, bebiendo piña colada y fumando un puro caribeño. Pero esto sólo ocurre en las vacaciones, es decir, un 5 por ciento del año de "felicidad", a cambio de un 95 por ciento del año de trabajo.
El placer, por su misma naturaleza, es fugaz, situacional, por evento. Por eso no termina y la búsqueda de placer migra de una cosa a otra, de una búsqueda a otra, de una obtención a otra.
Y es en esta búsqueda de indulgencias que obtenemos el permiso y la distracción para fugarnos de nosotros mismos. Ante la duda existencial, la búsqueda de propósito, la autoconfrontación personal, mejor optamos por buscar y experimentar, hasta la adicción, el placer; es la fuga perfecta.
El placer es personal y subjetivo, pero en general se pueden perfilar ciertos comportamientos como el comer grandes cantidades de dulces, sal, grasa (ligado a la ansiedad); consumir enervantes y bebidas alcohólicas; no hacer ejercicio; vacacionar hedónicamente; buscar sensualidad, desde masajes hasta promiscuidad; gratificar a los sentidos en todas sus dimensiones.
La satisfacción se relaciona a un estado más o menos permanente donde la persona siente una combinación de calma, logro, aplomo, y no está dominado por la ansiedad, la ambivalencia o la ambigüedad, aunque los experimente, ya que de manera natural acompañan a la vida y los que no pueden vivir en esa tensión acaban por gravitar sintomáticamente hacia uno de estos excesos:
1. Materialismo
2. Narcisismo
3. Hedonismo
4. Fundamentalismo
5. Gratificación de los sentidos
6. Entretenimiento