Al ego, si no le ponemos rienda, no tiene límite.

No hay nada más difícil que enfrentarse a uno mismo. Aprendemos a mentirnos para proteger nuestra autoimagen, defender al ego y no caer en angustia existencial. Protegemos al guión, la máscara y el rol asumido, al mismo tiempo que negamos nuestra verdadera esencia: la trastocamos, la acentuamos, agrandamos o disminuimos, según nuestras propensiones y sesgos.

Hay cosas que no sabemos que no sabemos. Y en esta dimensión radica el subconsciente, por lo que desconocemos, o mejor dicho, ni siquiera consideramos, el impacto que tiene en la toma de decisiones.

La Teoría de la Atribución (una de muchas ideas sobre los procesos psicológicos en la gestión de negocios) en síntesis opera así: si me va bien, es gracias a mí; si me va mal es debido a las circunstancias. Y al contrario: si te va bien a ti, es gracias a las circunstancias; si te va mal es por tu culpa.

Un ego agrandado no te deja ver; te hace "perfecto" y a otros defectuosos. Al lidiar con un problema o con una oportunidad, el ego-maníaco, desvía su atención a cosas que refuercen su ego o que lo ayuden a ser consistente con su auto-concepto.

¿El remedio para un ego inflado? La vida tiene una forma curiosa de estrellar a los egos y de resarcirle a las personas la humildad y madurez; aunque a veces el costo sea la vida misma. Por último, no podemos olvidar la fuerza que tiene un simple: "me equivoqué".

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Más vale tener un buen negocio mal manejado, que un mal negocio bien manejado.

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Tenemos una doble vida: la que llevamos, y la que podríamos tener si fuésemos valientes.