Tenemos una doble vida: la que llevamos, y la que podríamos tener si fuésemos valientes.
Vivimos en un sistema que atrapa y aliena; que nos ata a una inercia que potencialmente termina por mermar nuestro espíritu. Ante esto, tenemos un recurso enorme, alcanzable y naturalmente riesgoso: atreverse.
Nacemos y crecemos dentro de varios sistemas que nos preceden y que por lo tanto nos influyen; seguimos un conjunto de normas, valores, ideas y orientaciones, bajo la premisa de que entonces seremos "normales".
La tragedia implícita es que lo "normal" demanda moderación y esto va en contra de lo extraordinario. Lo excepcional, por naturaleza, obliga a la originalidad y a ser excesivo. Solamente el exceso tiene la fuerza creativa y la vitalidad suficiente para alterar el curso de la inercia.
Por supuesto que son necesarias las reglas para vivir en sociedad, pero no hago voto de anarquía, hago voto de auto-definición.
El lado oscuro de los sistemas pre-existentes es que nos condicionan y nos limitan. Tenemos la ilusión de auto-determinación, pero decidimos dentro de los parámetros establecidos, donde las fronteras nos acotan a pensar y actuar más allá de ellas. Es decir, vivimos una vida que fue diseñada por otros, no por nosotros mismos.
Es que no hay nada más duro que vivir la vida de otro, que renunciar a nuestra propia vida sin siquiera haberla conocido. Sin la introspección, estamos condenados a la opresión y a vivir con cadenas invisibles.
Hay que persistir aunque no haya éxito convencional; que por lo menos se logre el rescate de uno mismo. Estamos obligados a hacer auto-examen y una auto-crítica: ¿qué tanto de lo que soy es realmente mío?
Cierro con frase de la fallecida Anne Dufourmantelle: "La vida entera es riesgo. Vivir sin asumir riesgos no es realmente vivir; esto es estar medio vivo, bajo anestesia espiritual".