Apantallados

La pandemia nos encerró, pero nosotros nos escapamos; nos fugamos vía las pantallas. Aunque sentados en una habitación, nuestra consciencia deambulaba fuera de casa, allá con otros y en otros lugares.

"Lo primero que veo y toco en la mañana; lo último que veo y toco en la noche". Y no, no se trata del amor de tu vida. Se trata de tu teléfono móvil: lo cargas a todos lados, te preocupas de que no le pase nada y de que siempre esté junto a ti. Nunca lo dejarás caer y nunca lo harás sentirse olvidado. Te tiene tomado y controlado; además es celoso, particularmente de otras pantallas.

¿Y la intimidad? Esta necesidad humana de mostrarse tal cual, de vulnerarse frente a otros, de abrirse a sentimientos y pensamientos; ésa también se escapó por la pantalla.

Las pantallas están afectando la vida de pareja, la de familia, la educación, al mundo laboral y al desarrollo personal. Son una barrera, una forma de evasión, una adicción y un escape de la intimidad que no se quiere, no se puede, o no se sabe tener.

Antes, las parejas y familias se tenían a sí mismas y, sin pantallas, tenían que hablar y sortearse unos a otros. Ahora se evaden, no hay confrontación y las cosas no se arreglan. Por supuesto que las relaciones a la distancia son mejores y más románticas.

La mejor "nana" de los niños es una pantalla y, en medio de una perversa complicidad, los padres se la dan para que los dejen en paz con las suyas. En el trabajo las interrupciones son constantes, convirtiéndolo en ineficiente y superficial, al tiempo que la pantalla funciona como un refugio y una herramienta para denotar "ocupismo".

La gente ya no lee libros, no se mira a los ojos, no tiene conversaciones difíciles, no se adentra en la intimidad, no soporta los silencios ni las pausas. Hay personas que viven para contestar sus mensajes, en franca evasión, porque quizás no puedan enfrentarse al vacío y forzarse así a hacer algo con su vida. Hay quien se dedica, literal, a pasar memes a sus contactos de whatsapp. Fascinante y perturbador.

Las pantallas nos diluyen y nos disipan en el aire de la intrascendencia.

Nos hicimos adictos a los constantes timbrados y vibrados de las notificaciones que se convierten en disparos de dopamina, haciéndonos tan adictos como lo son en lo suyo los alcohólicos, drogadictos y ludópatas.

Los algoritmos, videojuegos, comerciantes, entretenedores; todos están constantemente fortaleciendo sus capacidades para capturar nuestra atención y sacarnos del mundo tridimensional y llevarnos a vivir en el mundo virtual.

Adentro y capturados, nos preguntamos si podemos ser: cool, como los que se animan a hacer Tik-Tok; articulados, como los que publican en Twitter; supermanes, como los que salen en YouPorn; interesantes, como en las historias en Netflix; divertidos, como los fiesteros de Instagram; y populares como los que se llenan de likes en Facebook.

Compararnos sistemáticamente y, aunado a la carga psíquica que nos generan las horas conectados digitalmente, nos hace propensos a la depresión y la ansiedad, además de agrandar los inconvenientes de nuestra vida cotidiana.

En unos 200 años, el mundo analizará los estragos que le causaron las pantallas a la novata generación del año 2020. Dirán que fuimos torpes, junkies digitales, y que fuimos desbordados por la tecnología que súbitamente secuestró la vida tradicional. Un día, espero, aprenderemos a ser más acertados en su manejo.

Y hay que decirlo: naturalmente que no todo lo digital es "malo" o inconveniente. Grandes avances y maravillas están ahora a nuestro alcance por lo cual debemos de estar agradecidos. Pero cada innovación tiene su lado oscuro, su semilla destructiva y su precio. Conviene estar atentos, diligentes y ser enfocados. Tomemos lo mejor y no nos dejemos atrapar por lo peor.

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