"Si yo me la creo" entonces no le miento a nadie más.

Con mentirse a uno mismo al principio y una sola vez, es suficiente para no tener que mentirle a nadie más. "Si yo me la creo" entonces no le miento a nadie más.

El dicho de que "se cree sus propias mentiras" está basado en una fascinante realidad del funcionamiento del psique.

La realidad no existe. Sólo existe la realidad percibida; la realidad subjetiva. La realidad cambia tan fácil como se cambia la perspectiva. Es como ver a la ciudad desde el automóvil en medio de un embotellamiento, contra verla desde lo alto de un helicóptero, contra verla desde lo alto de un avión o verla desde la luna montados en una nave espacial.

Un experimento sencillo (UCLA) confirma cómo la perspectiva puede ser influida y reta la susodicha racionalidad humana. Los participantes probarían "dos vinos" para que califiquen cuál les sabe mejor. Se sirve la primera copa de cristal (sin marca) y se les dice a los sujetos que se trata de un vino aceptable, pero nada especial.

Acto seguido se sirve la segunda copa y se les dice que contiene un gran vino, de cosecha limitada. Los participantes ignoran que se trata del mismo vino.

El resultado: no sólo dicen que el "segundo" vino es mucho mejor, sino que las mediciones en el cerebro (a través de nodos lectores que registran científicamente las reacciones, incluidos los centros de placer), confirman que al sujeto sí le supo mejor el "segundo" vino. Es decir, no miente, sólo se miente a él mismo influido por la narrativa asociada y el pre-condicionamiento.

Lo anterior viene al caso para sumarle a la noción de que la mente tiene la capacidad del auto-engaño. Podemos distorsionar la realidad, creernos nuestras mentiras, y tenemos la capacidad de ver, sentir, apreciar, algo que simplemente no existe.

El tema de interés no llega hasta ahí. El tema verdadero es entonces cómo reaccionamos y cómo decidimos con esa información distorsionada. Es decir, cómo nos equivocamos.

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