Nos leemos por aquí cada semana.
Por Horacio Marchand
Tenemos una doble vida: la que llevamos, y la que podríamos tener si fuésemos valientes.
Vivimos en un sistema que atrapa y aliena; que nos ata a una inercia que potencialmente termina por mermar nuestro espíritu. Ante esto, tenemos un recurso enorme, alcanzable y naturalmente riesgoso: atreverse.
Vivimos en un sistema que atrapa y aliena; que nos ata a una inercia que potencialmente termina por mermar nuestro espíritu. Ante esto, tenemos un recurso enorme, alcanzable y naturalmente riesgoso: atreverse.
Nacemos y crecemos dentro de varios sistemas que nos preceden y que por lo tanto nos influyen; seguimos un conjunto de normas, valores, ideas y orientaciones, bajo la premisa de que entonces seremos "normales".
La tragedia implícita es que lo "normal" demanda moderación y esto va en contra de lo extraordinario. Lo excepcional, por naturaleza, obliga a la originalidad y a ser excesivo. Solamente el exceso tiene la fuerza creativa y la vitalidad suficiente para alterar el curso de la inercia.
Por supuesto que son necesarias las reglas para vivir en sociedad, pero no hago voto de anarquía, hago voto de auto-definición.
El lado oscuro de los sistemas pre-existentes es que nos condicionan y nos limitan. Tenemos la ilusión de auto-determinación, pero decidimos dentro de los parámetros establecidos, donde las fronteras nos acotan a pensar y actuar más allá de ellas. Es decir, vivimos una vida que fue diseñada por otros, no por nosotros mismos.
Es que no hay nada más duro que vivir la vida de otro, que renunciar a nuestra propia vida sin siquiera haberla conocido. Sin la introspección, estamos condenados a la opresión y a vivir con cadenas invisibles.
Hay que persistir aunque no haya éxito convencional; que por lo menos se logre el rescate de uno mismo. Estamos obligados a hacer auto-examen y una auto-crítica: ¿qué tanto de lo que soy es realmente mío?
Cierro con frase de la fallecida Anne Dufourmantelle: "La vida entera es riesgo. Vivir sin asumir riesgos no es realmente vivir; esto es estar medio vivo, bajo anestesia espiritual".
Lúcidos en lo ajeno. Ciegos en lo propio.
Somos lúcidos en lo ajeno y ciegos en lo propio. En buena medida, nos sobre-estimamos y por eso nos atribuimos el crédito cuando hay éxito, pero culpamos a otros, o a las circunstancias, cuando hay fracaso.
Somos lúcidos en lo ajeno y ciegos en lo propio. En buena medida, nos sobre-estimamos y por eso nos atribuimos el crédito cuando hay éxito, pero culpamos a otros, o a las circunstancias, cuando hay fracaso.
En el mismo sentido, creemos que podemos juzgar a un político a la distancia, o al entrenador de un equipo de futbol, incluso creemos que le podemos recetar algunas fórmulas para que mejore el rendimiento del equipo, y podemos articular una estrategia clara de lo que haríamos si fuésemos el director general de una empresa.
Existen varias explicaciones del "sesgo de lo propio" entre las que se encuentran: la propensión a la confirmación, que inconscientemente elige ver sólo la información que refuerza la posición inicial; la disonancia cognitiva, que busca eliminar la contradicción de dos ideas opuestas; o, finalmente, los mecanismos de defensa freudianos que van desde la represión hasta la proyección.
En esencia, los humanos estamos bastante defectuosos cuando se trata de ser objetivos y la sobre-inflada racionalidad humana es una trampa. La realidad es que nuestro ego nos engaña y la presión de conformación social, nos hace conceder a ideas o prácticas de manera incuestionada o como dirían los psicólogos, introyectadas.
Infelizmente, la visión de 360 grados no es parte de la ecuación del actuar diario. Por eso los directores generales cuando llegan a una empresa le imprimen su propio sesgo: un ingeniero verá la empresa en términos de eficiencia, un mercadólogo buscará la participación de mercado, un químico se centrará en la innovación de productos.
La implicación resultante es que las personas menos calificadas son las que se sienten más seguras de que están acertadas. Por eso los dictadores incompetentes, son tan difíciles de convencer. De la misma manera, hay negocios familiares donde el líder ya no puede ni sabe cómo adaptarse a los nuevos tiempos y persiste en su posición rígida de gestión.
Considero que esta confusión también prevalece en nuestra vida personal ya que no tenemos la formación ni la disciplina de ver el sistema entero donde vivimos. Nos estrellamos con el árbol y no podemos siquiera pensar en el bosque, o en el ecosistema donde se encuentra, o en los ecosistemas donde interactúa y se auto-generan unos a otros.
En mi opinión, deberían de existir clases y entrenamiento de pensamiento lúcido, de toma de decisiones cualitativas, psicología de los sesgos y sistemas de complejidad.
Ante un mundo complejo, la capacidad de pensamiento lúcido, holístico y sistémico es un activo poderoso y, por el momento, escaso.
Somos las historias que nos contamos.
Los individuos y las organizaciones, consciente o inconscientemente, nos la pasamos desdoblando nuestros propios guiones.
Estas narrativas funcionan para cuestiones tan trascendentes como explicarnos a nosotros mismos (existencial), delinear el camino (estratégico), definir valores (moral) y clarificar metas (acciones).
Los individuos y las organizaciones, consciente o inconscientemente, nos la pasamos desdoblando nuestros propios guiones.
Estas narrativas funcionan para cuestiones tan trascendentes como explicarnos a nosotros mismos (existencial), delinear el camino (estratégico), definir valores (moral) y clarificar metas (acciones).
Las narrativas impactan a entidades de todo tipo.
A nivel país, por ejemplo, Estados Unidos tiene como narrativa predominante los negocios. Los empresarios son héroes, modelos, casi santos. La narrativa norteamericana está dominada por la adquisición, el consumo y la velocidad: time is money.
En México, por otro lado, persiste la narrativa del subsidio y la victimización. Pedimos para tener a quien culpar (los ricos y los políticos) y extendemos la mano en lugar de asir una herramienta.
Algo parecido ocurre a nivel empresa. Todo negocio vive y ejecuta una idea central que lo rige y determina actividades, discusión, procedimientos y metas. Por eso más vale que la narrativa sea oportuna; de lo contrario el negocio se alineará hacia el error.
Finalmente, un líder tiene que definir la narrativa predominante o en su defecto hacerse consciente de cuál es la que se vive en la empresa. Una cosa es lo que se declara y otra la que se ejecuta cotidiana y espontáneamente.
Los líderes efectivos son apóstoles y profesores: toman un tema (la estrategia) y se la pasan predicándolo compulsivamente.
Sin una narrativa, no hay manera de darle coherencia a las acciones. La intrascendencia y la disolución son el resultado de una historia ausente.
Así como una persona es la suma de sus historias, así en cada negocio existe una masa crítica de narrativas fundamentales que se difunden a través de las generaciones y que constituyen el DNA organizacional. Una empresa se convierte en aquello de lo que habla constantemente. ¿De qué hablan en tu negocio?
Hay que tenerle miedo al miedo.
El miedo amordaza, desinfla y roba energía. Una vida con miedo es una vida crónicamente al borde de una depresión. Nos lleva sutilmente a un estado de parálisis que eventualmente degenera en entropía.
El miedo amordaza, desinfla y roba energía. Una vida con miedo es una vida crónicamente al borde de una depresión. Nos lleva sutilmente a un estado de parálisis que eventualmente degenera en entropía.
Al hacer la lista, sobran cosas a las cuales temer: miedo a perder la vida, a perder dinero, a perder el empleo, a perder el estatus social, a perder prestigio, a perder posiciones políticas, a ser abandonado.
Si la empresa es el agregado neto de las cualidades, propensiones y defectos de sus dueños y directivos, entonces puede decirse que hay empresas valientes y las hay cobardes.
Las empresas miedosas, que carecen de auto-estima, que se alimentan del temor y se despliegan partiendo de esta posición defensiva, son más propensas a aferrarse y perder posiciones que las empresas que son capaces de aceptar pérdidas a corto plazo.
Cuando la visión está centrada en no perder, deja de mirarse al mercado y al competidor. Y una empresa que vive en el clóset, que consciente o inconscientemente se auto-repite, acaba anacrónica y debilitada.
Una empresa que no arriesga, renuncia a su mandato de vida de explorar y detectar oportunidades. Y si acaso se llega a topar con una oportunidad, no la asume y sub-invierte, hasta que se agota y deja de ser oportunidad.
Al igual que la confianza, el miedo es contagioso y crece exponencialmente. El miedo genera a su vez más miedo y nos centra en un círculo vicioso. Tienes un fracaso, te sientes incapaz, te tensas, exhibes inseguridad, la gente se contagia. Y muy pronto, acumulas otro fracaso. Y entonces recomienza otro ciclo; te sientes menos capaz, te tensas, exhibes inseguridad, la gente se contagia. El círculo vicioso llega a cada reto cargado de energía negativa y alimentándose de cada logro y, por lo mismo, hace más sencillo el fracaso que sigue. El resultado: menos confianza.
Hay un reto enorme en medir la confianza o el miedo organizacional. Este factor forma parte de las métricas suaves que cada vez asumen mayor importancia. Factores como la satisfacción del cliente, grado de compromiso organizacional, valor de marca y tasa de referencia, por ejemplo, complementan cada vez más el universo de las métricas duras.
Sólo la audacia y el atrevimiento pueden romper con el miedo y la inercia. Un solo golpe de audacia es capaz de romper toda una trayectoria de inflexibilidad. Sin audacia el sentido se pierde.
¿Qué porcentaje de tu vida está gobernada por miedo? ¿Qué decisiones tomas, o dejas de tomar, en función del miedo? O quizá peor, ¿qué decisiones tomas, sólo para darte cuenta que al pasar el tiempo haces poco o nada para implementarlas y ejecutarlas?
La lucidez cuesta.
El mundo está lleno de soluciones para problemas que no existen y de acciones dramáticas irrelevantes. La lucidez está subestimada; no se nutre, ni se educa, ni se entrena.
El mundo está lleno de soluciones para problemas que no existen y de acciones dramáticas irrelevantes. La lucidez está subestimada; no se nutre, ni se educa, ni se entrena.
El tema humano, determinante en la solución de problemas y en la explotación de oportunidades, no puede subordinarse al cargo y al abono y a modelos eficientistas de decisión cuantitativa.
Todos tenemos complejos y nuestras decisiones son rara vez racionales; más bien son condicionamientos operativos, esquemas recurrentes y dinámicas del pasado, las que determinan el marco mental y las conductas automáticas.
Vemos el complejo ajeno y negamos el propio. Más que tener un complejo el complejo nos tiene tomados a nosotros.
Un líder que no ha trabajado en su persona, es más propenso a querer tener la razón que a hacer lo razonable, a negarse a ver una realidad que perturbe su autoconcepto, a darle prioridad a aquellas cosas que lo validen sobre aquellas cosas que potencien al negocio.
La gran mayoría de las decisiones de las empresas traen una carga personal implícita. Es que finalmente el negocio es una resultante de la condición de la psique de su líder; es una cristalización de su complejidad y de su sensibilidad al entorno, y sobre todo de cómo se adapta al cambio vertiginoso.
Invierte en tu bienestar personal. Ten a alguien que te escuche, haz ejercicio, cuida tus hábitos y aléjate de los excesos y vicios.
Arreglar el problema equivocado sale carísimo.
Cuando se falla en el diagnóstico o en la definición del problema, se falla en todo. No hay peor problema que cuando se trabaja sobre el problema equivocado.
Cuando se falla en el diagnóstico o en la definición del problema, se falla en todo. No hay peor problema que cuando se trabaja sobre el problema equivocado.
Lo típico es que las acciones se centren sobre el síntoma y esto, a su vez, genera nuevos problemas y se activan acciones "solucionistas" y fragmentadas. Después de varias iteraciones de este tipo, el problema original está prácticamente enterrado y se convierte en indescifrable.
Uno de los enemigos del diagnóstico es el pensamiento concreto. El pensamiento concreto es reactivo y automático, se enfoca a lo visible, es inmediatista y fraccionado. Por otro lado, el pensamiento abstracto es reflexivo, se enfoca en las conexiones sistémicas, es de más largo plazo e integrador.
Y no es que el pensamiento concreto sea malo o inferior; gracias a él existimos como especie. La psicología evolucionaria nos ha condicionado a huir de inmediato si algo parece un tigre; no es como que lo vamos a tocar para analizar qué tipo de tigre es.
El pensamiento concreto es más visible en los niños: como cuando se tapan los ojos y creen que se esconden o cuando están frente a un desfile y lo ignoran tan pronto se les acerca el biberón.
Conforme crece la complejidad en nuestra forma de vida, el pensamiento abstracto es más demandado. El enemigo ahora ya no es literal sino representacional. Este tipo de pensamiento está relacionado a la teoría de sistemas donde tienen que considerarse, por lo menos, estos 4 elementos:
1. La separación del síntoma con la causa.
2. El tiempo y el espacio que suele transcurrir entre la causa y el efecto.
3. Los efectos múltiples que tiene un evento.
4. La metamorfosis de una solución que se convierte con el tiempo en el problema del futuro.
Cuando se falla en el diagnóstico o en la definición del problema, se falla en todo. No hay peor problema que cuando se trabaja sobre el problema equivocado.
Para renacer, hay que morir un poco.
Hacemos demasiado, nos enrolamos en actividades estériles, que nos hacen poco sentido o que apenas y toleramos.
Hacemos demasiado, nos enrolamos en actividades estériles, que nos hacen poco sentido o que apenas y toleramos.
Al principio de nuestra vida, anhelantes, buscamos un rol, una guía, una señal. Queremos encajar, queremos introyectar a un personaje de una película; queremos ser igual que nuestros papás o lo contrario que nuestros papás; casarnos con alguien como nuestra mamá, o con alguien muy diferente a nuestra mamá. Estamos buscando pistas constantemente para saber quiénes somos. Nos afanamos queriendo pertenecer, y la renuncia implícita es al ser. Pertenecemos dejando de ser.
El problema es que solamente sabemos quiénes somos a través de la interacción con otros, y de la exposición a eventos que nos impacten. Ahí es donde nos vamos conociendo. Nadie puede conocerse encerrado en el closet. Te conoces por las cicatrices que traes. Te conoces por cómo has procesado los golpes.
Entre más grandes nuestros proyectos y su diversidad, mayor la dilución y menor el impacto. El “mucho” nos hace perder fuerza. Hay que saber dejar en el archivo a los buenos proyectos para solo hacer los proyectos excelentes; hay que posponer y diseñar fases para poder evolucionar.
El tema es hacer menos para ser más contundentes; incluso la estrategia personal y de negocio tienen que ver con enfocar esfuerzos hacia pocos, pero relevantes, objetivos.
La estrategia por definición es una renuncia. Se renuncia para abocarse a algo, se sacrifican rumbos alternativos para centrarse en alguno. Es decir, se puede obtener casi cualquier cosa que uno quiera, pero lo que no se puede es obtener TODO lo que uno quiera.
El caso es dejar de hacer para liberar recursos, intención, ánimo, energía, entusiasmo. Tener un listado de muchos propósitos que carecen de energía potencial, solo hace que se vayan neutralizando unos a otros. Hacer más ya no, mejor hacer menos. Renunciar, abandonar o morir un poco. Morir visto como una desincorporación de un fin y de un cierre. Morir a nuestra vieja versión de nosotros mismos y renacer en la oportunidad, la energía creativa y la progresión del ciclo.
Si no hay espacio, si no hay esa eliminación o esa desintoxicación o esa remoción de cosas o aspectos de nuestra vida, la tenemos saturada. Las cosas nuevas no llegan.
Pregúntate hoy: ¿qué me quito de encima? ¿qué actividad, proceso, ritual, persona o vicio, me sacudo?
Los contrapesos son indispensables.
Un contrapeso es una realidad que de repente se te estrella en la cara; alguien que se atreve a decirte lo que piensa; una crisis que rompe con tu zona de confort y te reta en tu paradigma predominante.
Un contrapeso es una realidad que de repente se te estrella en la cara; alguien que se atreve a decirte lo que piensa; una crisis que rompe con tu zona de confort y te reta en tu paradigma predominante.
Por definición, los contrapesos generan confusión y son incómodos, por lo que suelen ser silenciados o nulificados, consciente o inconscientemente, a base de dinero, autoridad, chantajes, racionalización, persuasión, dogmas, fanatismos, evasión, entre otros.
Una vez que la persona elimina los contrapesos todo lo mira con una sola perspectiva, y para todo aplica la misma receta. Por ejemplo, si la monoperspectiva de un ejecutivo es bajar gastos y ser eficiente, los problemas de la empresa los explicará siempre como que faltó hacer más ahorros. Si una persona ve todo con el lente del compromiso, desde guerras, suicidios, quiebras y hasta divorcios serán explicados como falta de compromiso. Si lo ve bajo un complejo, dirá siempre que es un complot.
A falta de contrapesos la visión se filtra, se sesga y busca comprobación externa hasta que la encuentra, reforzando así el ciclo de negación.
Un líder sin contrapesos acaba, siempre, por desviarse y perder la visión. En la obsesión por el presente se sacrifica al futuro; en la obsesión por la productividad se sacrifica a la estrategia; en la obsesión por los gastos se sacrifica la inversión.
En una bella paradoja está la contraparte: a veces las ideas polarizadas acaban por convertirse en éxitos de mercado. La monodirección te puede llevar a tener un éxito en el mercado, pero si no incorporas en algún momento la divergencia y lo heterogéneo, con el tiempo, el éxito dejará de serlo.
Por eso es tan peligrosa la homogeneización en los ejecutivos y la falta de un consejo independiente y auténtico. He visto organizaciones donde la voz del jefe jamás es cuestionada y todo mundo le da por su lado. El líder inseguro acaba por rodearse de Yes Men, sin voz propia, que son recompensados por su cómoda pero peligrosa complicidad.
Todos tendemos hacia la polarización. Si nos dejan solos acabamos en el extremo, polarizados, unidimensionales. Sin contrapesos, fácilmente podemos convertirnos en nuestros peores enemigos y darle rienda suelta a nuestras propensiones, obsesiones y compulsiones, llevándonos de encuentro al negocio y potencialmente a familia y amigos.
Sin contrapesos perdemos perspectiva y sesgamos el juicio. Es justamente en ese tironeo, en la tensión de fuerzas entre los pesos y contrapesos, donde se construye y se evoluciona.
En la medida correcta, la tensión es parte de una buena gestión.
Eres una marca aunque no lo quieras.
Eres una marca aunque no lo quieras, aunque no hayas hecho ningún esfuerzo por serlo, te guste o no.
Es que todo empieza con uno, con la esencia personal, y uno es, por naturaleza, multidimensional. En nuestra esencia está implícita la parte primitiva, la psicológica, la sociológica, la vocación, y es en base al conjunto de estos elementos que se puede construir una propuesta personal de valor y, de ahí, una arquitectura de marca.
Una marca es una promesa, y así como se asocia a compañías y productos, también puede referirse a marcas de personas. Una marca personal es poderosa si es congruente, si refleja integridad, consistencia y frescura.
Una buena marca proyecta su propia esencia hacia el mercado y por eso la compran, en lugar de tenerse que andar vendiendo; por lo mismo, se habla de ella, se reconoce claramente su propósito y lo que ofrece.
Si partes desde tu esencia, floreces y ejecutas de manera natural, con gracia, casi sin esfuerzo. La expresión espontánea se nota porque una buena marca no puede fingirse. Para lograr que te compren entonces el primer paso es aclarar y articular lo que constituye tu propia esencia personal y luego desdoblarla hacia el mercado.
Así como Coca- Cola, Starbucks, Google y Bimbo tienen su marca, tú también la tienes y la tuya tiene que ser la más importante de todas. Algunas ideas para descubrirla y/o robustecerla:
Móntate en tus fortalezas.
Escribe tu propuesta de valor diferenciada, ten un estilo original.
Fascina a tu audiencia meta. Sé profesional. Cada contacto le suma o le resta a tu
marca.
Cultiva tu red de amigos y contactos. El network es clave. El mundo se mueve por
lealtad a los proyectos y por lealtad a grupos de personas.
Arriésgate. Si no rompes con el statu quo, difícilmente podrás diferenciarte.
Enfócate. Resiste la tentación a la divergencia. Busca ser el mejor en algo. Puedes
obtener lo que quieras, pero no todo lo que quieras.
Tienes que seleccionar tu segmento de mercado, no puedes agradarle o serle útil a
todos.
Piensa en grande. No le tengas miedo a la luz y al brillo personal. Recuerda que el
establishment te ha condicionado; no te resguardes en la intrascendencia.
Haz un marketing plan personal, todo empieza con las ventas.
Arranca, lanza tu intención al cosmos.
Al final del camino eres, somos, soy, una breve síntesis de ideas y conclusiones.
Un líder narcisista es una bomba de tiempo.
Narciso, dice el mito griego, era un joven hermosísimo, ensimismado en su belleza que un día, al mirar su reflejo en el agua, se enamoró de su propia imagen y así se quedó hasta su muerte.
Narciso, dice el mito griego, era un joven hermosísimo, ensimismado en su belleza que un día, al mirar su reflejo en el agua, se enamoró de su propia imagen y así se quedó hasta su muerte.
El narcisismo se relaciona a la conducta de mirar sólo a uno mismo sin tomar en cuenta los demás. Se trata de individuos que, en el fondo, se tienen escasa consideración y buscan constantemente admiración y atención. Explotan a sus semejantes para aumentar su importancia y satisfacer sus deseos. Tienden a desarrollar fantasías irreales de poder, dinero, éxito, belleza o amor ideal.
En la necesidad de salvaguardar su imagen, el narcisista se preocupa no sólo del aspecto exterior, sino también de no mandar mensajes de debilidad y fragilidad. Se muestra seguro de sí mismo, unas veces arrogante y otras reservado, pero en realidad está obsesionado por la crítica de los demás y la aprobación social.
Esta persona está atrapada en la apariencia y en la reputación. Libra una batalla silenciosa y muchas veces sin darse cuenta; su visión, su conducta, su posición existencial, están determinadas por los demás; y eventualmente, esto le resulta agotador, estéril y frustrante.
Existe en el narcisista una inagotable sed de admiración y adulación, lo que lo incapacita para poder reflexionar, pensar, accionar. Vive más preocupado por su drama personal y el reconocimiento de su persona, que en la eficacia y utilidad de sus acciones.
En esta obsesión y compulsión narcisista, se vacían de ellos mismos y buscan llenarse de diferentes aspectos materiales, de una imagen prefabricada, de prolongación de juventud y perfección, de aires de grandeza y en algunos casos megalomanía.
Respecto a sus patrones de consumo, si les da por la apariencia física, suelen ser clientes asiduos de gimnasios, spas, clínicas de rejuvenecimiento, cremas, sustancias para bajar de peso y pueden sorprender con diversos cortes de pelo, pupilentes de colores, ropa extravangante; si les da por el lado de su valía personal, pueden ser víctimas de vendedores astutos que les encuentran el modo, desde astrólogos, estilistas, coaches personales, hasta los aduladores de profesión que les sacan favores a cambio de los constantes piropos.
Como el narcisista no puede usar medios eficaces para restablecer la representación auténtica de sí mismo, acaba por buscar modos de sostener imágenes que lo saquen de su estado de confusión.
Aclaro que no he visto talento que llegue lejos sin un toque de vanidad y es muy difícil encontrar un líder que no tenga un ego fuerte y dominante. Es que un líder requiere de autoestima y seguridad, pero ¿dónde está la frontera?